lunes, 3 de mayo de 2010

♥ Cü3NtÖs dË HäDäS ♥

◘ AFORTUNADA ◘
por Madame D’Aulnoy

Érase una vez un pobre labrador, que viéndose a punto de morir, no quiso dejar en la herencia de sus bienes ningún motivo para que discutieran sus dos hijos, un muchacho y una jovencita , que le amaban tiernamente.

-Vuestra madre me aportó por dote–les dijo-, dos escabeles y un jergón. Helos aquí con mi gallina, aparte poseo una maceta de claveles, y un junco de plata, que me fueron dados por cierta gran dama que en cierta ocasión descansó en mi pobre choza, recomendándome antes de partir:

-“Buen hombre, he aquí el don que os hago, mas no descuidéis regar bien los claveles, y guardar el junco. Por otra parte, vuestra hija será de una incomparable belleza, llamadla Afortunada, y dadle el junco y los claveles para consolarla de su pobreza.”

Así -agregó el padre-, mi Afortunada, tú tendrás lo uno y lo otro, siendo el resto para tu hermano.

Los dos hijos del labrador se contentaron con la pobre herencia.

El padre murió, ellos le lloraron y el reparto se hizo sin pleitos. Pero Afortunada, creyendo que su hermano la quería, al ir a sentarse en uno de los escabeles, tuvo la sorpresa de oírle decir con aire malévolo:

-Guarda para ti tus claveles y tu junco, y no desordenes mis escabeles pues a mí me gusta que la casa esté arreglada.

Afortunada, que era muy dulce, se echó a llorar en silencio y permaneció de pie mientras que Bedou (este era el nombre de su hermano), estaba cómodamente sentado. Llegó la hora de cenar, Bedou tenía un excelente huevo fresco que había puesto la única gallina y le tiró la cáscara a su hermana.

-Ten –le dijo-, yo no tengo otra cosa que darte y si no te gusta, vete a cazar ranas; las encontrarás en el charco más próximo.

Afortunada no respondió nada; ¿qué podía replicar? Levantó los ojos al cielo y lloró, después entró en su habitación que se hallaba toda perfumada, y no dudando de que éste fuera el aroma de los claveles, se les acercó tristemente y les dijo:

-Hermosos claveles, cuya variedad me causa tanto placer contemplar, vosotros que alegráis mi corazón afligido con el dulce perfume que desprendéis, no creáis que os vaya a dejar sin agua o que cruelmente os arranque de vuestro tallo, pues cuidaré de vosotros ya que sois mi único bien.

Cuando concluyó de hablar, la joven miró si tenían necesidad de ser regados encontrándolos muy mustios entonces. Cogió un cántaro, y corrió al claro de luna hasta el manantial, que estaba bastante alejada.

Como había marchado muy deprisa, fatigada por la carrera, se sentó en el borde de la fuente para reposar, mas apenas lo había hecho, vio venir a una dama cuyo aire majestuoso se correspondía bien con el del numeroso séquito que la acompañaba; seis hileras de doncellas de honor sostenían la cola de su capa, y ella se apoyaba en otras dos, los guardias marchaban delante suyo, ricamente vestidos de terciopelo color amaranto con bordados de perlas, portando un dosel campestre, que fue pronto extendido sobre sus cabezas, y un sillón tapizado en tejido de oro donde la señora tomó asiento; al mismo tiempo se preparaba una mesa cubierta toda con vajilla de oro y vasos de cristal.

Se sirvió una excelente cena a poca distancia de la fuente, de la cual el dulce murmullo parecía un acorde de muchas voces que cantasen armoniosamente.

Afortunada estaba en un rinconcito no osando ni respirar, tan sorprendida se hallaba ante todo cuanto sucedía. Al cabo de un momento, la reina le dijo a uno de sus servidores:

-Me parece que hay una pastora muy cerca de la fuente, traédmela.

Entonces Afortunada avanzó y por muy tímida que fuese de natural, no dejó de hacer una profunda reverencia a la reina, con tanta gracia, que quienes la vieron quedaron sorprendidos; recogiendo el bajo de su vestido se alzó después delante de la soberana, los ojos bajos modestamente; las mejillas cubiertas de un rubor que intensificaba la blancura de su tez y con sus maneras y su aire de sencillez y dulzura, encantó a todo el mundo.

-¿Que hacéis vos aquí, bella niña –le preguntó la reina-, no teméis a los ladrones?

-¡Ay de mí!, señora –repuso Afortunada-, sino poseo más que un traje de tela ordinaria, ¿qué ganarían ellos con una pobre pastora como yo?

-¿Vos no sois rica? –inquirió la reina sonriente.

-Soy pobre –dijo Afortunada-, pues no he heredado de mi padre otros bienes que una maceta de claveles y un junco de plata.

-Mas vos tenéis un corazón –prosiguió la reina-, si alguno deseara robároslo, ¿querríais dárselo?

-Yo no sé que es eso de dar mi corazón, señora –respondió ella-, pues siempre entendí decir que sin corazón no se puede existir, que cuando está herido preciso es morirse, y, a pesar de mi pobreza, no estoy cansada de vivir.

-Estáis en lo cierto, bella niña, al defender vuestro corazón. Pero, decidme –agregó la reina-, ¿habéis cenado?

-No, señora –repuso Afortunada-, mi hermano se lo ha comido todo.

La reina ordenó que le llevasen un cubierto, y haciéndola sentarse a la mesa, ella misma le sirvió los mejores platos.

La joven pastora estaba tan sorprendida y admirada, como encantada de las bondades de la reina, que apenas podía comer un bocado.

-Quisiera saber -le dijo la reina-, que es lo que vos habéis venido a hacer tan tarde a la fuente.

-Señora –contestó Afortunada-, he aquí el cántaro; vine a por agua para regar mis claveles.

Y hablando así, la muchacha se inclinó con la intención de recoger su cántaro que estaba cerca de ella, mas en cuanto iba a mostrarselo a la reina, quedó estupefacta al encontrarlo convertido en oro, todo el cubierto de gruesos diamantes y lleno de un agua cuyo frescor y aroma n un sabor delicioso.

Sorprendida, no osaba tomarlo, creyendo que no le pertenecía.

-Yo os lo doy, Afortunada –dijo la dama-, id a regar las flores que cuidáis y acordaos de que la Reina de los Bosques quiere ser vuestra amiga.

Al escuchar tales palabras, la pastora se echó a sus pies.

-Después de haberos dado mis más humildes gracias, señora , por el honor que me habéis hecho -le contestó ella-, voy a osar tomarme la libertad de rogaros que me escuchéis un momento; quiero entregaros la mitad de mis bienes, una maceta de claveles que no podrá jamás estar en mejores manos que las vuestras.

-Id, Afortunada –le dijo la reina acariciándole dulcemente las mejillas-, acepto el quedarme aquí hasta que retornéis.

Afortunada recogió el cántaro de oro corriendo a su cuartito, pero mientras estuviera ausente, Bedou había entrado, quitándole la maceta de claveles para poner en su lugar una gran col. Cuando Afortunada descubrió aquella ordinaria col, se hundió en la más profunda aflicción y quedó dudando si volver o no a la fuente. Al final decidióse yendo a postrarse de hinojos delante de la reina.

-Señora –explicó-, Bedou me ha robado mi maceta de claveles, ya no me queda más que este junco, os suplico, pues, que lo recibáis como una prueba de mi reconocimiento.

-Si yo acepto vuestro junco, bella pastora –reflexionó la reina-, vos estaréis arruinada.

-¡Ah, señora! –dijo ella con un aire de ingenua sinceridad-, si tengo vuestra gracia, no puedo estar arruinada.

La reina aceptó el junco de Afortunada, tomándolo entre sus dedos, enseguida montó en un carro de coral, enriquecido con esmeraldas, y tirado por seis caballos blancos de gran belleza. Afortunada le siguió con la mirada hasta que los caminos del bosque la ocultaron a su vista. Entonces ella volvió a casa de Bedou muy impresionada por la aventura vivida.

La primera cosa que hizo entrando en su habitación, fue tirar la col por la ventana. Mas se llevó una gran sorpresa al oír una voz que gritaba:

-¡Ah, soy muerto!

La joven no comprendió nada, ya que normalmente las coles no suelen hablar, pero, cuando se hizo de día, Afortunada, angustiada por su maceta de claveles, bajó al patio para buscarla, y la primera cosa con que se tropezó fue a la malhadada col; a la que le dio un puntapie, increpándola:

-¿Qué haces aquí, tú, que has ocupado en mi cuarto el lugar de los claveles?

-Si no me hubieran llevado a tu habitación–respondió la col-, yo no estaría aquí.

Ella se estremeció, pues tenía mucho miedo; pero la col le dijo todavía:

-Si me devolvéis con mis camaradas, os diré en dos palabras que vuestros claveles están en el jergón de Bedou.

Afortunada, en su desesperación, no sabía como podría recuperarlos, pero aún así tuvo el detalle de plantar la col y enseguida cogió la gallina favorita de su hermano y le dijo:

-¡Malvada bestia, te voy a hacer pagar todas las penas que Bedou me ocasiona!

-¡Ah, pastora –repuso la gallina-, dejadme vivir, y como me gusta chismorrear, os contaré cosas sorprendentes!

No creaís ser hija del labrador en cuya casa habéis crecido, no, bella Afortunada, él no era vuestro padre; la reina que os dio la vida tenía ya seis hijas, y como si ella pudiese a voluntad traer al mundo un varón, su marido y su suegro le dijeron que la apuñalarían a menos que les diese un heredero.

La desventurada reina, afligida porque estaba encinta de nuevo, fue encerrada en un castillo, bajo custodia de los guardianes, o mejor dicho, los verdugos que tenían la orden de asesinarla si daba a luz otra niña.

La pobre reina, alarmada por la desgracia que la amenazaba, no comía , durmiendo apenas, mas tenía una hermana que era un hada y la reina le escribió contándoselo todo. El hada también hallábase embarazada pero ella no ignoraba que tendría un varón.

Cuando éste nació, encargó a los céfiros una cuna en donde introdujo al recién nacido ordenando que llevasen al pequeño príncipe a la habitación de la reina su hermana, con fin de cambiarlo por la hija de aquella.

Tal previsión no sirvió de nada, porque la reina no recibió ninguna carta del hada y aprovechando la buena voluntad de uno de los guardianes, que tuvo piedad de ella, huyó gracias a una escala de cuerda que aquel le procuró..

Desde que vos nacisteis, la afligida reina, buscando en dónde ocultarse, llegó a esta casita, medio muerta de cansancio. Yo era labradora y buena nodriza -dijo la gallina-, y ella me entregó a su hija, y me contó sus pesares, pero se encontraba tan agotada, que murió sin tener el tiempo de ordenar que podíamos hacer con vos.

Como a mí me ha gustado toda la vida hablar, no podía callarme evitando el contar esta aventura, de suerte que un día vino aquí una bella dama, a quien relaté todo lo que sabía. De pronto ella me tocó con su varita y me convertí en gallina, sin poder hablar más. Mi aflicción fue extrema y mi marido que estaba ausente en el momento de esta metamorfosis, nunca supo lo que había sucedido.

Cuando volvió, él me buscó por todas partes, y finalmente creyó que me ahogué en el río o que las bestias del bosque me habían devorado.

Esta misma dama causante de mi infortunio, pasó una segunda vez por aquí y le ordenó a mi esposo que os diera por nombre Afortunada, haciéndole el presente de un junco de plata y de una maceta de claveles. Cuando ella estaba dentro de la choza, llegaron 25 guardias del rey vuestro padre, que os buscaban con malvadas intenciones, pero la señora dijo entonces algunas palabras y les convirtió en coles verdes, una de las cuales lanzasteis ayer por vuestra ventana.

Yo no había podido hablar hasta el presente por mi misma, e ignoro por qué hoy me ha sido devuelta la voz.

La princesa permaneció muy sorprendida de las maravillas que la gallina le estaba contado y como era de natural bondadoso, le dijo:

-Me causáis una gran piedad, mi pobre nodriza, al haber sido convertida en gallina, y desearía retornaros vuestra antigua figura si pudiera, mas no desesperéis pues me parece que todo ese estado de cosas que acabáis de explicarme, no pueden durar mucho. Y ahora voy a buscar mis claveles, ya que les tengo mucho cariño.

Bedou había ido al bosque, no pudiendo imaginar que a su hermana Afortunada le habían indicado que buscase en el jergón; a lo que ella, contenta al advertir su ausencia, supo que nadie iba a impedirle la pesquisa, mas hete aquí que de repente vio una gran cantidad de ratas prodigiosas y armadas para guerrear. Las ratas se alineaban por batallones teniendo detrás de ellas el famoso jergón y los escabeles a los costados, también muchos ratones enormes formaban el cuerpo de reserva, resueltos al combate como los soldados.

Afortunada quedó muy sorprendida, y no osaba aproximarse, cuando ya las ratas se tiraban sobre ella y la mordían haciéndola sangrar.

-¿Cómo queridos claveles –gritó ella-, podéis estar en tan mala compañía?

De repente la joven se dio cuenta que tal vez el agua perfumada que llevaba en el cántaro de oro tuviera una virtud particular y fue a buscarlo tirando después algunas gotas sobre el pueblo ratonil, y los ratones se salvaron como pudieron, entonces la princesa cogió prontamente sus hermosos claveles que estaban a punto de marchitarse de tanto como necesitaban ser regados.

Afortunada les echaba encima toda el agua que había en el cántaro de oro reanimándolos, cuando escuchó una voz clara y dulce que salía de entre los tallos, diciéndole:

-Incomparable Afortunada, he aquí el día feliz y tan deseado para declararos mis sentimientos, sabed que el poder de vuestra belleza es tal, que puede enamorar hasta a las flores.

Temblorosa la princesa, y sorprendida de haber escuchado hablar, en tan poco tiempo, a una col, una gallina y a unos claveles, y de haber visto una armada de ratas, palideció desmayándose.

Bedou llegó entonces: del trabajo y como el sol le habían acalorado poniéndole de pésimo humor, en cuanto vio que Afortunada había venido a buscar los claveles y que los había encontrado, la arrastró hasta la puerta echándola fuera de muy malos modos.

Ella, apenas había sentido la frescura de la tierra en el rostro, y, en abriendo sus bellos ojos, se apercibió de que cerca tenía a la Reina del Bosque, siempre encantadora y magnífica.

-Tenéis un hermano mezquino, pues ya he visto con cuanta inhumanidad os ha arrojado al suelo, ¿deseáis que os haga justicia?

-No, señora –le dijo ella-, yo no soy capaz de enfadarme pues su malvado natural no puede cambiar el mío.

-Os prevengo–agregó la reina-, de que me asalta cierto presentimiento que me asegura que este tosco labrador no es vuestro hermano, ¿qué pensáis vos?

-Todas las apariencias me persuaden de que lo es, señora –replicó modestamente la pastora-, y debo creerlo.

-Cómo –continuó la reina-, ¿no habéis oído decir que por nacimiento sois princesa?

-Me lo han dicho hace poco –respondió ella-, sin embargo, ¿osaría vanagloriarme de una cosa de la que no tengo ninguna prueba?

-Mi querida niña –dijo la reina-, os quiero por vuestro carácter!, y veo que la educación humilde que habéis recibido no ha variado la nobleza de vuestra sangre. Sí, vos sois una princesa, pero ello no ha impedido las desgracias que vos habéis tenido que sufrir hasta esta hora.

Ella fue interrumpida en ese momento por la llegada de un joven adolescente más hermoso que el día, que iba vestido con una larga túnica entretejida de oro y de seda verde recamada de esmeraldas, de rubíes y de diamantes, llevaba, además, una corona de claveles y los cabellos le cubrían las espaldas.

Tan pronto como vio a la reina, el joven puso una rodilla en tierra, saludándola respetuosamente.

-¡Ah, hijo mío, mi amable Clavel! –le dijo ella-, el tiempo fatal de vuestro encantamiento acaba de terminar, con la ayuda de la bella Afortunada, ¡que alegría el veros!

Le abrazó estrechamente, y volviéndose enseguida hacia la pastora, le explicó:

-Encantadora princesa-, sé todo lo que la gallina os ha contado, pero lo que vos no sabéis es que los céfiros a quienes yo había encargado poner a mi hijo en vuestro lugar, le llevaron a un parterre de flores.

Mientras ellos iban a buscar a vuestra madre que era mi hermana, un hada que no ignoraba nada de las cosas más secretas, y con la cual yo estaba peleada desde hacía tiempo, espió el momento previsto para el nacimiento de mi hijo, cambiándole por una mata de claveles, y a pesar de toda mi sabiduría, me fue imposible deshacer el maleficio.

Hundida en la tristeza que sentía, empleé mi arte con fin de hallar algún remedio, y no encontré nada más seguro que llevar al príncipe Clavel al lugar en donde habíais de criaros, adivinando que cuando vos hubierais regado las flores con el agua mágica contenida dentro del cántaro de oro, él hablaría y os amaría, y que en el futuro nadie iba a entorpecer vuestra felicidad; en cuanto al junco de plata, que era de mi pertenencia, preciso iba a ser que yo lo recogiese de vuestra mano en un tiempo futuro, no ignorando que esa sería la señal por medio de la cual conocería que la hora se aproximaba o el encantamiento perdía su fuerza, a pesar de las ratas y los ratones que nuestra enemiga pusiera contra nosotros, para impediros acceder a los claveles.

Así pues, mi querida Afortunada, si mi hijo se casa con vos, vuestra felicidad será permanente, mirad ahora si el príncipe os parece lo bastante amable para aceptarle como esposo.

-Señora –replicó ella ruborizándose-, vos me colmáis de favores, con lo cual ya compruebo que sois mi tía, también por vuestra intervención, los guardias enviados a matarme, han sido metamorfoseados en coles y mi nodriza en gallina, y me habéis propuesto la alianza con el príncipe Clavel, que es el más grande honor al que yo pueda aspirar. Pero os confiaré mis dudas: no conozco su corazón y empiezo a sentir, por primera vez en mi vida que no podría ser feliz si él no me amase.

-No tengáis ninguna incertidumbre , bella princesa –le dijo el príncipe-, hace mucho tiempo que vos me habéis conquistado, y si el uso de la voz me hubiera sido permitido antes, habría seguido día a día el desarrollo de la pasión que me consume, mas soy un príncipe desgraciado, por el cual vos no sentís otra cosa que indiferencia.

Y le recitó entonces, unos versos plenos de amor y ternura.

La princesa estuvo muy contenta con la galantería del príncipe y sus bellos poemas, elogiando tales versos, y aunque ella no estaba acostumbrada a escuchar semejantes cosas, los alabó como persona de buen gusto.

La reina, que no podía soportar el verla vestida de pastora, impaciente, la tocó con su varita, vistiéndola con las más ricas vestiduras que hayan sido jamás vistos, pues sus humildes ropas de tela áspera se transformaron en brocado de plata bordado de pedrería, y de su alto peinado cayó un largo velo de gasa entretejido con oro, sus cabellos negros estaban ornados de mil diamantes, y su tez, donde la blancura deslumbraba, se encendió en vivos colores, obligándo al príncipe exclamar:

-¡Oh, Afortunada, cuán bella sois y que encantadora!... ¿Seréis vos inexorable con mis penas? –gimió a continuación.

-No, hijo mío –dijo la reina-, vuestra prima no resistirá a nuestros ruegos.

Mientras ella hablaba así, Bedou apareció, y viendo a Afortunada como una diosa, creyó soñar. Ella se le dirigió con mucha bondad rogando a la reina tener piedad de él.

-¡Cómo, después de haber sido maltratada! –exclamó la soberana.

-¡Ah, señora –replicó la princesa-, yo soy incapaz de vengarme!

La reina la abrazó y elogió la generosidad de sus sentimientos.

-Para contentaros –dijo ella-, voy a enriquecer al ingrato Bedou.

Y entonces la cabaña se convirtió en un palacio amueblado con gran riqueza, mas sus escabeles no cambiaron de forma, ni tampoco el jergón, para que el labrador nunca olvidase los días pasados, empero la Reina de los Bosques suavizó su carácter y le hizo amable y cortés, cambió su figura y Bedou entonces se encontró incapaz de reconocerse.

¡Qué no les dijo él, en esta ocasión, a la reina y la princesa para testimoniarles su agradecimiento.

Acto seguido, y por un golpe de varita, las coles se convirtieron en hombres, la gallina en una mujer, pero el príncipe Clavel era el único que estaba triste suspirando por su princesa y le rogó que tomase una resolución que le favoreciera, lo que al final ella hizo pues le encontraba encantador.

La Reina del Bosque, satisfecha de un tan dichoso matrimonio, no descuidó nada para que todo fuera suntuoso.

Esta fiesta duró años, y la felicidad de los tiernos esposos tanto como sus vidas.



♥ LAS HADAS GEMELAS ♥

Las hadas gemelas Drianda y Brianda eran lindísimas, luminosas y transparentes, la una dorada como el polen y la otra plateada como el nácar; sus cabellos flotaban en el aire ligeros, lo mismo que sus vestiduras y ambas tenían unos grandes ojos negros igual que cuentas de azabache. Brianda y Drianda se alegraron mucho al ver llegar la carroza del Mago Serapión ya que eran muy amigas suyas.

-¡Mago Serapión, qué sorpresa!... ¿Qué novedades nos traes del valle?

Ya había amanecido del todo y eran las primeras horas de la mañana cuando llegaron los viajeros cogiendo desprevenidas a las hadas gemelas mientras regaban su jardín. El mago descendió del coche y Ratoncillo Gris con él, muy impresionado ante el encentro con las hadas. Golfi no les acompañó, enfadado al verse metido en una aventura no buscada, y, además, porque tenía mucho sueño y prefería dormir suspendido como una lamparita negra, del techo del carruaje.

Gozoso, el Mago Serapión abrazó a las hadas.

-¡Hola, hola!... ¿Cómo estáis mis preciosas criaturas?... ¡Ah, aquí os presento a Ratoncillo Gris, un buen amigo que me hace las veces de agenda cuando yo me olvido de las cosas!

Las hadas gemelas rieron alegremente y a Ratoncillo Gris su risa se le antojó como el repicar de campanillas de cristal.

-Ratoncillo Gris y yo hemos venido porque... –el mago frunció e ceño con repentino sobresalto- ¿Por qué hemos venido, Ratoncillo Gris?

Ratoncillo Gris dio un pasito hacia delante, sentíase importante de veras debido a que el Mago Serapión le había otorgado el cargo de secretario accidental, además, uno no hace cada día de portavoz de un mago en presencia de dos hadas tan encantadoras.

-¡Ejém, ejém!... –se aclaró el gaznate Ratoncillo Gris- Hemos venido porque el Mago Serapión quiere consultar el Gran Zifhandel.

-¡Ooooh!... –gimieron las hadas a coro; siempre hablaban al mismo tiempo o lo que empezaba una lo acababa la otra- ¡Las olvidadizas somos nosotras, teníamos que haberte devuelto el Gran Zifhandel hace días ya!... ¿Sabes?, desencantamos al príncipe y ahora ha vuelto a su reino, feliz... Y nosotras olvidamos devolverte el libro. Discúlpanos.

El mago sonrió bondadosamente.

-¿Cómo no voy a perdonaros, mis queridas niñas?... Realmente no lo necesitaba... hasta hoy y eso ya que medía la circunstancia de querer encontrar respuesta a un enigma.

-¿A un enigma?

-Sí, en efecto, a un enigma muy enigmático, tan enigmático que... Ratoncillo Gris, ¿por qué no se lo cuentas tú a las hadas?

-Por supuesto, Mago Serapión, por supuesto... Resulta, hermosas hadas, que el mago Serapión quiere encontrar en el Gran Zifhandel respuesta a cierta historia que habla de un hilo de luz de luna, de un cangrejo de plata y de un anzuelo... ¿Vosotras sabéis algo?

Las hadas juntaron sus cabezas llevándose un dedo a los labios en actitud reflexiva, meditaron durante un instante y luego, sonrientes, dijeron con excitación mientras batían sus transparentes alas que recordaban las de un par de libélulas:

-¡Sí, sí, lo sabemos!... Es la historia de un pescador milenario que vive en la luna y desde hace siglos quiere pescar la Tierra con un anzuelo atado a un hilo de luz de luna, pero en la Tierra existe un pequeño cangrejo de plata cuya misión es la de cortar siempre ese hilo cada vez que el anzuelo se hunde en el suelo.

-¿Y para qué quiere pescar a la Tierra? –quiso saber Ratoncillo Gris muy asombrado.

-Eso lo ignoramos –respondieron las hadas a dúo-; en el libro no lo pone.

El Mago Serapión adoptó un aire solemne y cuando el Mago Serapión se ponía solemne, pues eso, que se ponía muy solemne.

-Es menester que abramos el Gran Zifhandel; ahí estará la clave del misterio.

-Gracias que recuerda que es en el Gran Zifhandel en dónde tiene que buscar la solución –pensó, travieso, Ratoncillo Gris.

-¿Habéis desayunado? –preguntaron las hadas mientras todos entraban en su casita, menos Golfi que seguía durmiendo agarrado al techo del carricoche, y como ellos dijeran que no, Brianda y Drianda, les invitaron a compartir su desayuno, que consistía en tarta de ciruelas y chocolate con leche, y teniendo en cuenta el que uno de sus invitados era un ratón, a éste le obsequiaron con un suculento trozo de pastel de queso que Ratoncillo Gris devoró entre chillidos de placer.

Otra vez respuestas las fuerzas, el Mago Serapión y Ratoncillo Gris, éste último luciendo una barriguita tan redonda que parecía un globo verbenero, se procedió a investigar en el Gran Zifhandel.

El libro se hallaba expuesto en un atril especial para libros mágicos y, por tanto, enorme. Estaba abierto de par en par como una ventana y sus páginas, de un transparente verde pálido, parecían resplandecer suavemente. Una ancha cinta de seda púrpura hacía de señal.

-Página 1026 –leyó el mago ajustándose bien los lentes-: Como deshacer encantamientos de príncipes convertidos en dragones... Esto es lo que os interesaba, ¿no?... Veamos en el Indice de la segunda parte. A ver, a ver, mmmmmm... Leyendas normales... Leyendas raras... Leyendas exóticas... a ver, a ver, creo que este asunto del hilo de luz de luna tiene relación con las Leyendas raras... Página 8036... A ver, a ver, página... No, capítulo... ¡Éste es, El Viejo de la Luna!... ¡Eureka, eureka, lo encontré!

El Mago Serapión se puso a saltar de alegría y Ratoncillo Gris y las hadas bailaron en corro mientras gritaban:

-¡Lo encontró, lo encontró!

Tan fuerte era la algazara que Golfi, arropado en sus sueños, y aun dentro de la carroza que se hallaba aparcada en el camino, abrió un ojo iracundo en tanto farfullaba gruñón:

-¡Pues me alegro mucho; a ver si os calláis!

Drianda, Brianda y Ratoncillo Gris, se agolparon a a espalda del Mago Serapión cuando éste dejó de saltar y empezó a leer en voz alta.




○ LAS HADAS ○
de Charles Perrault

Érase una vez una viuda que tenía una hija y una hijastra: la mayor, que era la suya, se le parecía tanto de carácter como de rostro, de modo que, quien la viese a ella, a la madre veía.

Ambas eran tan desagradables y tan orgullosas, que nadie podía vivir a su lado. La pequeña, el auténtico retrato del padre por la dulzura y los buenos modales, era una de las mejores hijastras que hayan existido.

Pero, como suele amarse aquello que se nos parece, esa madre estaba encantada con su hija, y al mismo tiempo sentía una gran aversión hacia la pequeña, su hijastra, pues la obligaba a comer en la cocina y a trabajar sin cesar.

Esto hizo, entre otras cosas, el que la pobre niña fuese, dos veces al día, a buscar agua a una fuente que se hallaba a media legua de casa, transportándola en una gran cantara.

Una mañana que había ido a la fuente, vino hacia ella una pobre mujer que le suplicó le diese de beber.

-Si, buena mujer –repuso la muchacha y llenando el cántaro de agua, se lo ofreció, sosteniéndolo a fin de que la anciana bebiera con mayor comodidad. La anciana, habiendo bebido le dijo:

-Eres tan bella, tan buena y tan servicial, que no puedo menos de concederte un don -pues era un hada quien había tomado la forma de una pobre mujer de pueblo, para ver hasta donde llegaba la amabilidad de esta jovencita -.Yo te otorgo el don -prosiguió el hada-, de que a cada palabra que pronuncies, te salga de la boca o una flor, o una piedra preciosa.

Cuando la hijastra llegó a casa, la madre la regañó por volver tan tarde de la fuente.

-Os pido perdón, madre mía -dijo la pobre muchacha-, al haber llegado tan tarde -y en diciendo estas palabras le salieron de la boca dos rosas, dos perlas y dos gruesos diamantes.

-¡Qué ven mis ojos -exclamó la madrastra sorprendida -; creo que le salen de la boca perlas y diamantes! ¿Qué ha sucedido, hija mía? -(Esta fue la primera vez que la llamaba hija suya.)

La pobre niña le contó ingenuamente todo lo que le había pasado, no sin lanzar por la boca una infinidad de diamantes.

-Verdaderamente –se dijo la madre-, es preciso que yo envíe a mi hija... Mira que es lo que le sale de la boca de tu hermana cuando habla. ¿No estarías muy contenta si poseyeras el mismo don? Es bien sencillo, no tienes más que ir a buscar agua a la fuente, y, cuando una pobre mujer te la pida para beber, se le das muy educadamente.

–¡No me apetece ir a la fuente! -respondió con grosería la hija.

–Pues yo quiero que vayas -repuso su madre-, y deprisa, ¡ahora mismo!

Su hija fue, pero siempre refunfuñando. Había cogido el más hermoso jarro de plata que tenían en la casa y aún no había llegado a la fuente, cuando vio salir del bosque a una dama magníficamente vestida, que se acercó a pedirle agua. Era la misma hada que se le apareciera a su hermanastra, pero había tomado el aspecto y las vestiduras de una princesa, para ver hasta donde llegaría la mala educación de la muchacha.

-¿Es que yo he venido aquí -le dijo orgullosa la joven-, para daros de beber? ¡Justamente traigo un jarro de plata expresamente para calmar la sed de la señora! Os aconsejo que bebáis vos misma si queréis.

-Eres muy poco amable -repuso el hada sin encolerizarse- .Bien, puesto que de servicial no tienes nada, te otorgo como don, que a cada palabra que digas, te salgan de la boca o una serpiente o un sapo.

Tan pronto la madre vio a su hija, le gritó:

-¿Y bien, hija mía?…

-¡Y bien, madre mía! -le respondió la maleducada echando por la boca dos víboras y dos sapos.

-¡Oh, cielos! -gritó la madre-, ¿qué es lo que veo? ¡Tu hermana tiene que ser la causante: me las pagará!

Y dicho y hecho, corrió hacia ella para golpearla. Entonces la pobre niña huyó buscando refugió en un bosque cercano.

El hijo del rey, que volvía de cazar, la encontró y viéndola tan bella, le preguntó que es lo que hacía sola en medio de la espesura y por qué lloraba.

-¡Ay de mí, Señor, mi madre me ha echado de casa!

El hijo del rey, viendo surgir de su boca cinco o seis perlas y otros tantos diamantes, rogó que le dijera de donde venía, y ella le contó toda su aventura.

El príncipe heredero se enamoró de la joven, y considerando que tal don bien valía el hacerla su esposa porque era la mejor de las dotes, la llevó al palacio del rey su padre y se casó con ella.

En cuanto a la mala hermanastra, se hizo tan odiosa, que su propia madre la arrojó de casa, y la desgraciada, después de haber ido de un lado para otro, sin encontrar a nadie que la quisiera acoger, fue a morir en un rincón del bosque.




◘ RAPUNZEL ◘

Había una vez una pareja que desde hacía mucho tiempo deseaba tener hijos. Aunque la espera fue larga, por fin, sus sueños se hicieron realidad.

La futura madre miraba por la ventana las lechugas del huerto vecino. Se le hacía agua la boca nada más de pensar lo maravilloso que sería poder comerse una de esas lechugas.

Sin embargo, el huerto le pertenecía a una bruja y por eso nadie se atrevía a entrar en él. Pronto, la mujer ya no pensaba más que en esas lechugas, y por no querer comer otra cosa empezó a enfermarse. Su esposo, preocupado, resolvió entrar a escondidas en el huerto cuando cayera la noche, para coger algunas lechugas.

La mujer se las comió todas, pero en vez de calmar su antojo, lo empeoró. Entonces, el esposo regresó a la huerta. Esa noche, la bruja lo descubrió.

-¿Cómo te atreves a robar mis lechugas? -chilló.

Aterrorizado, el hombre le explicó a la bruja que todo se debía a los antojos de su mujer.

-Puedes llevarte las lechugas que quieras -dijo la bruja -, pero a cambio tendrás que darme al bebé cuando nazca.

El pobre hombre no tuvo más remedio que aceptar. Tan pronto nació, la bruja se llevó a la hermosa niña. La llamó Rapunzel. La belleza de Rapunzel aumentaba día a día. La bruja resolvió entonces esconderla para que nadie más pudiera admirarla. Cuando Rapunzel llegó a la edad de los doce años, la bruja se la llevó a lo más profundo del bosque y la encerró en una torre sin puertas ni escaleras, para que no se pudiera escapar. Cuando la bruja iba a visitarla, le decía desde abajo:

-Rapunzel, tu trenza deja caer.

La niña dejaba caer por la ventana su larga trenza rubia y la bruja subía. Al cabo de unos años, el destino quiso que un príncipe pasara por el bosque y escuchara la voz melodiosa de Rapunzel, que cantaba para pasar las horas. El príncipe se sintió atraído por la hermosa voz y quiso saber de dónde provenía. Finalmente halló la torre, pero no logró encontrar ninguna puerta para entrar. El príncipe quedó prendado de aquella voz. Iba al bosque tantas veces como le era posible. Por las noches, regresaba a su castillo con el corazón destrozado, sin haber encontrado la manera de entrar. Un buen día, vio que una bruja se acercaba a la torre y llamaba a la muchacha.

-Rapunzel, tu trenza deja caer.

El príncipe observó sorprendido. Entonces comprendió que aquella era la manera de llegar hasta la muchacha de la hermosa voz. Tan pronto se fue la bruja, el príncipe se acercó a la torre y repitió las mismas palabras:

-Rapunzel, tu trenza deja caer.

La muchacha dejó caer la trenza y el príncipe subió. Rapunzel tuvo miedo al principio, pues jamás había visto a un hombre. Sin embargo, el príncipe le explicó con toda dulzura cómo se había sentido atraído por su hermosa voz. Luego le pidió que se casara con él. Sin dudarlo un instante, Rapunzel aceptó. En vista de que Rapunzel no tenía forma de salir de la torre, el príncipe le prometió llevarle un ovillo de seda cada vez que fuera a visitarla. Así, podría tejer una escalera y escapar. Para que la bruja no sospechara nada, el príncipe iba a visitar a su amada por las noches. Sin embargo, un día Rapunzel le dijo a la bruja sin pensar:

-Tú eres mucho más pesada que el príncipe.

-¡Me has estado engañando! -chilló la bruja enfurecida y cortó la trenza de la muchacha.

Con un hechizo la bruja envió a Rapunzel a una tierra apartada e inhóspita. Luego, ató la trenza a un garfio junto a la ventana y esperó la llegada del príncipe. Cuando éste llegó, comprendió que había caído en una trampa.

-Tu preciosa ave cantora ya no está -dijo la bruja con voz chillona -, ¡y no volverás a verla nunca más!

Transido de dolor, el príncipe saltó por la ventana de la torre. Por fortuna, sobrevivió pues cayó en una enredadera de espinas. Por desgracia, las espinas le hirieron los ojos y el desventurado príncipe quedó ciego.

¿Cómo buscaría ahora a Rapunzel?

Durante muchos meses, el príncipe vagó por los bosques, sin parar de llorar. A todo aquel que se cruzaba por su camino le preguntaba si había visto a una muchacha muy hermosa llamada Rapunzel. Nadie le daba razón.

Cierto día, ya casi a punto de perder las esperanzas, el príncipe escuchó a lo lejos una canción triste pero muy hermosa. Reconoció la voz de inmediato y se dirigió hacia el lugar de donde provenía, llamando a Rapunzel.

Al verlo, Rapunzel corrió a abrazar a su amado. Lágrimas de felicidad cayeron en los ojos del príncipe. De repente, algo extraordinario sucedió:

¡El príncipe recuperó la vista!

El príncipe y Rapunzel lograron encontrar el camino de regreso hacia el reino. Se casaron poco tiempo después y fueron una pareja muy feliz.

○ RUMPELSTIKIN ○
Jacob Karl Grimm y Wilhelm Grimm

Había una vez. un pobre molinero que tenía una bellísima hija. Y sucedió que en cierta ocasión se encontró con el rey, y, como le gustaba darse importancia sin medir las consecuencias de sus mentiras, le dijo:

-Mi hija es tan hábil y sabe hilar tan bien, que convierte la hierba seca en oro.

-Eso es admirable, es un arte que me agrada -dijo el rey-. Si realmente tu hija puede hacer lo que dices, llévala mañana a palacio y la pondremos a prueba.

Y en cuanto llegó la muchacha ante la presencia del rey, éste la condujo a una habitación que estaba llena de hierba seca, le entregó una rueca y un carrete y le dijo:

-Ahora ponte a trabajar, y si mañana temprano toda esta hierba seca no ha sido convertida en oro, morirás.

Y dichas estas palabras, cerró él mismo la puerta y la dejó sola.

Allí quedó sentada la pobre hija del molinero, y aunque le iba en ello la vida, no se le ocurría cómo hilar la hierba seca para convertirla en oro. Cuanto más tiempo pasaba, más miedo tenía, y por fin no pudo más y se echó a llorar.

De repente, se abrió la puerta y entró un hombrecito. -¡Buenas tardes, señorita molinera! -le dijo-. ¿Por qué está llorando?

-¡Ay de mí! -respondió la muchacha.- Tengo que hilar toda esta hierba seca de modo que se convierta en oro, y no sé cómo hacerlo.

-¿Qué me darás -dijo el hombrecito- si lo hago por ti?

-Mi collar -dijo la muchacha.

El hombrecito tomó el collar, se sentó frente a la rueca y... ¡zas, zas, zas! , dio varias vueltas a la rueda y se llenó el carrete. Enseguida tomó otro y... ¡zas, zas, zas! . con varias vueltas estuvo el segundo lleno. Y así continuó sin parar hasta la mañana, en que toda la hierba seca quedó hilada y todos los carreteles llenos de oro.

Al amanecer se presentó el rey. Y cuando vio todo aquel oro. sintió un gran asombro y se alegró muchísimo: pero su corazón rebosó de codicia. Hizo que llevasen a la hija del molinero a una habitación mucho mayor que la primera y también atestada de hierba seca, y le ordenó que la hilase en una noche si en algo estimaba su vida. La muchacha no sabía cómo arreglárselas, y ya se había echado a llorar, cuando se abrió la puerta y apareció el hombrecito.

-¿Qué me darás -preguntó- si te convierto la hierba seca en oro?

-Mi sortija -contestó la muchacha.

El hombrecito tomó la sortija, volvió a sentarse a la rueca, y, al llegar la madrugada, toda la hierba seca estaba convertida en reluciente oro.

Se alegró el rey a más no poder cuando lo vio, pero aún no tenía bastante; y mandó que llevasen a la hija del molinero a una habitación mucho mayor que las anteriores y también atestada de hierba seca.

-Hilarás todo esto durante la noche -le dijo-, y si logras hacerlo, serás mi esposa.

Tan pronto quedó sola, apareció el hombrecito por tercera vez y le dijo:

-¿Qué me darás si nuevamente esta noche te convierto la hierba seca en oro?

-No me queda nada para darte -contestó la muchacha.

-Prométeme entonces -dijo el hombrecito- que, si llegas a ser reina, me entregarás tu primer hijo.

La muchacha dudó un momento. «¿Quién sabe si llegaré a tener un hijo algún día, y esta noche debo hilar este heno seco?» se dijo. Y no sabiendo cómo salir del paso, prometió al hombrecito lo que quería y éste convirtió una vez más la hierba seca en oro.

Cuando el rey llegó por la mañana y lo encontró todo tal como lo había deseado, se casó enseguida con la muchacha, y así fue como se convirtió en reina la linda hija del molinero.

Un año más tarde le nació un hermoso niño, sin que se hubiera acordado más del hombrecito. Pero. de repente, lo vio entrar en su cámara:

-Vine a buscar lo que me prometiste -dijo.

La reina se quedó horrorizada, y le ofreció cuantas riquezas había en el reino con tal de que le dejara al niño. Pero el hombrecito dijo:

-No. Una criatura viviente es más preciosa para mí que los mayores tesoros de este mundo.

Comenzó entonces la reina a llorar, a rogarle y a lamentarse de tal modo. que el hombrecito se compadeció de ella.

-Te daré tres días de plazo -le dijo-. Si en ese tiempo consigues adivinar mi nombre. te quedarás con el niño.

La reina se pasó la noche tratando de recordar todos los nombres que oyera en su vida, y como le parecieron pocos envió un mensajero a recoger, de un extremo a otro del país, los demás nombres que hubiese. Cuando el hombrecito llegó al día siguiente, empezó por Gaspar, Melchor y Baltasar, y fue luego recitando uno tras otro los nombres que sabía; pero el hombrecito repetía invariablemente:

-¡No! Así no me llamo yo.

Al segundo día la reina mandó averiguar los nombres de las personas que vivían en los alrededores del palacio y repitió al hombrecito los más curiosos y poco comunes.

-¿Te llamarás Arbilino, o Patizueco, o quizá Trinoboba?

Pero él contestaba invariablemente:

-¡No! Así no me llamo yo.

Al tercer día regresó el mensajero de la reina y le dijo:

-No he podido encontrar un sólo nombre nuevo; pero al subir a una altísima montaña, más allá de lo más profundo del bosque, allá donde el zorro y la liebre se dan las buenas noches, vi una casita diminuta. Delante de la puerta ardía una hoguera y, alrededor de ella un hombrecito ridículo brincaba sobre una sola pierna y cantaba:

Hoy tomo vino y mañana cerveza,

después al niño sin falta traerán.

Nunca, se rompan o no la cabeza,

el nombre Rumpelstikin adivinarán.

¡Imagínense lo contenta que se puso la reina cuando oyó este nombre!

Poco después entró el hombrecito y dijo:

-Y bien, señora reina, ¿cómo me llamo yo?

-¿Te llamarás Conrado? -empezó ella.

-¡No! Así no me llamo yo.

-¿Y Enrique?

-¡No! ¡Así no me llamo yo! -replicó el hombrecito con expresión triunfante.

Sonrió la reina y le dijo:

-Pues... ¿quizás te llamas... Rumpelstikin?

-¡Te lo dijo una bruja! ¡Te lo dijo una bruja! -gritó el hombrecito, y, furioso, dio en el suelo una patada tan fuerte, que se hundió hasta la cintura.

Luego, sujetándose al otro pie con ambas manos, tiró y tiró hasta que pudo salir; y entonces, sin dejar de protestar, se marchó corriendo y saltando sobre una sola pierna, mientras en palacio todos se reían de él por haber pasado en vano tantos trabajos.

♥ TAM LIN ♥
Cuento popular escocés
Versión castellana de Laura Canteros

Janet, la hermosa hija de un conde de las Tierras Bajas, vivía junto a su padre en un castillo de piedra gris rodeado por verdes praderas. Un día, cansada de coser en su gabinete y de jugar largas partidas de ajedrez con las damas de la corte de su padre, se puso un vestido verde, trenzó su pelo rubio y salió sola a dar un paseo por los frondosos bosques de Carterhaugh.

El sol doraba los claros silenciosos donde el césped era tan mullido como una alfombra. Bajo la sombra verde crecían exuberantes las rosas silvestres y los largos tallos de las campanillas blancas formaban un dosel sobre los senderos.

Janet extendió la mano y cortó una rosa blanca para prenderla en su cintura. Apenas había separado la flor de la rama, apareció un joven frente a ella en el sendero.

-¿Cómo te atreves a cortar las rosas de Carterhaugh y a pasar por aquí sin mi permiso? -le preguntó.

-No quise hacer nada malo –se disculpó ella.

-Mi misión es proteger estos bosques y cuidar que nadie perturbe su paz –dijo el joven.

Luego sonrió lentamente, como alguien que no ha sonreído durante mucho tiempo, y cortó una rosa roja que crecía junto a la rosa blanca que Janet tenía en la mano.

-Sin embargo, sería muy feliz si pudiera dar todas las rosas de Carterhaugh a una dama tan hermosa como tú.

-¿Quién eres, joven gentil? -preguntó Janet mientras tomaba la rosa.

-Me llamo Tam Lin –respondió el joven.

-¡Oí hablar de ti! Eres el caballero elfo –exclamó Janet y arrojó la rosa con temor.

-No temas, hermosa Janet –dijo Tam Lin-. Aunque me digan caballero elfo, soy tan humano como tú.

Y Janet escuchó asombrada mientras Tam Lin relataba su historia.

-Mi padre y mi madre murieron cuando era muy pequeño y mi abuelo, el conde de Roxburght, me llevó a vivir con él. Un día, mientras cazábamos en estos mismos bosques, comenzó a soplar un viento extraño desde el norte, que secó todas las hojas de los árboles. Sentí que me invadía un sueño profundo y me fui alejando de mis compañeros hasta que caí del caballo. Al despertar, estaba en la tierra de las hadas. La Reina de los Elfos me había raptado mientras dormía.

Tam Lin hizo una pausa, como si estuviera recordando esa tierra verde y encantada.

-Desde entonces –continuó-, estoy sujeto al hechizo de la Reina de los Elfos. Durante el día cuido los bosques de Carterhaugh y por la noche vuelvo a la tierra de las hadas.¡Oh, Janet, cómo quisiera regresar a la vida humana de la que me arrancaron! Deseo con todo mi corazón verme libre del encantamiento.

Tam Lin hablaba con tanta pena que Janet preguntó conmovida:

-¿Y no hay ninguna manera de lograrlo?

Tam Lin tomó las manos de la joven entre las suyas.

-Esta noche es Halloween, Janet –dijo-, la noche entre todas las noches en que hay una posibilidad de devolverme a la vida humana. En Halloween los seres mágicos viajan a otra comarca y yo voy con ellos.

-Dime cómo puedo ayudarte –dijo Janet -. Lo haré de todo corazón.

-Al llegar la medianoche –le explicó Tam Lin-, debes ir a la encrucijada y esperar allí hasta que pase la caravana de los seres mágicos. Cuando veas acercarse al primer grupo, no te muevas y déjalos seguir su camino. Lo mismo harás con el segundo grupo. Yo iré en el tercer grupo, montado en un corcel blanco como la leche y llevaré una corona de oro en la cabeza. Entonces correrás hasta mí, Janet. Derríbame del caballo y abrázame. No importa que hechizos lancen sobre mí, abrázame fuerte y no me sueltes. De esa manera podrás devolverme a este mundo.

Esa noche, poco antes de las doce, Janet corrió hacia la encrucijada y se ocultó entre los arbustos espinosos. La luz de la luna centelleaba en el agua de los arroyos, la sombra de los arbustos dibujaba figuras extrañas sobre la tierra y las ramas de los árboles crujían aterradoramente sobre su cabeza. El viento traía un leve sonido de galope. Se acercaban los caballos mágicos.

Janet sintió que un escalofrío le recorría la espalda y se encogió en su capa mientras miraba expectante en dirección al camino. Primero vio el brillo de los arneses de plata, luego la estrella blanca en la frente del caballo que encabezaba el cortejo y pronto apareció ante su vista un grupo de seres mágicos con caras pálidas de rasgos afilados en los que se reflejaba la luz de la luna y extraños bucles élficos que se agitaban en el viento mientras cabalgaban.

Mientras pasaba el primer grupo, encabezado por la Reina de los Elfos que montaba un corcel negro como la noche, Janet se quedó inmóvil y los miró alejarse. Tampoco se movió cuando pasó el segundo grupo. Pero en el tercer grupo distinguió el caballo blanco de Tam Lin y vio el brillo de la corona de oro sobre su frente. Entonces salió de la sombra de los arbustos, corrió a sujetar las riendas del caballo, derribó a Tam Lin de la silla y lo rodeó con sus brazos.

Inmediatamente brotó un grito espectral:

-¡Tam Lin se escapa!

El caballo negro de la Reina de los Elfos corcoveó al sentir el tirón de la rienda para detenerlo. La Reina se volvió y sus ojos hermosamente inhumanos se detuvieron en Janet y Tam Lin.

Mientras Janet lo abrazaba con todas sus fuerzas, la Reina lanzó un hechizo sobre Tam Lin, quien se fue encogiendo más y más hasta transformarse en una lagartija escamosa. Janet la mantuvo apretada contra su pecho.

Luego sintió que algo se deslizaba entre sus dedos y la lagartija se transformó en una serpiente fría y escurridiza que se le enroscó al cuello mientras la sujetaba firmemente.

Un momento después, sintió un dolor ardiente en las manos y la fría serpiente se transformó en una barra de hierro al rojo. Lágrimas de dolor corrían por sus mejillas, pero Janet siguió abrazando a Tam Lin con la decisión de enfrentarse a lo que fuera para salvarlo.

Por fin, la Reina de los Elfos comprendió que había perdido a Tam Lin para siempre por la fuerza del amor de una mortal y le devolvió su aspecto original. En brazos de Janet, Tam Lin era nuevamente un ser humano. Janet lo envolvió triunfalmente en su capa. Y mientras la caravana reanudaba la marcha y una afilada mano verdosa tomaba las riendas del caballo en que había montado Tam Lin, se escuchó la voz de la Reina de los Elfos en amargo lamento:

-Hemos perdido al más apuesto de todos los caballeros de mi cortejo en manos de los mortales. ¡Adiós, Tam Lin! Si hubiera sabido que una mortal sería capaz de arrancarte de mi lado con su amor, te habría quitado el corazón humano y puesto en su lugar un corazón de piedra. Y si hubiera sabido que la hermosa Janet vendría a Carterhaugh, habría transformado tus ojos grises en un par de ojos de madera.

Mientras la Reina hablaba, la pálida luz del amanecer comenzó a iluminar la tierra. Con un grito sobrenatural, los jinetes mágicos espolearon sus caballos y se alejaron a toda velocidad. El sonido de las campanillas de los arreos se desvaneció en la distancia.

Tam Lin besó con ternura las doloridas manos llenas de quemaduras de Janet y juntos regresaron al castillo de piedra gris.



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